A menudo me preguntan si debería o no implicarme más en los textos. Tratar, al menos, de acercarlos a un terreno personal, cercano en el que apenas medie la distancia entre las palabras y el lector. Una cuestión compleja que hunde sus raíces mucho antes, en la comunicación intercultural, en la mirada exógena del viaje. Una relación si se quiere 'dialéctica' entre el 'yo' y el 'otro'.
Nos sumergimos en el viaje. Convertidos en un punto de vista único somos parte anónima del conjunto que nos rodea. Un contexto desconocido en el que nuestra identidad cultural y personal se ve sometida a continuos cambios, cuyas variaciones suponen en ocasiones un choque de expectativas. Ya lo decía Weber, "por lo que hace a la comprensión y a la comunicación debemos darnos cuenta de que el otro, que no pertenece a mi cultura, no piensa obligatoriamente la realidad como yo la conozco y a la inversa".
Recorremos destinos, queremos ver directamente con nuestros propios ojos todo cuando acontece. Hacemos conjeturas respecto a lo que aquello significa hasta tal punto de trasladarnos al 'otro lado'. Un ejercicio que con ahínco y cierta predisposición tiene como recompensa un continuo maravillarse. Nos aproximamos con la voluntad de ser identificados en una valoración desprejuiciada y con derecho a la similitud. Y en este punto de inflexión nos damos cuenta que la identidad personal con la que viajamos no es más que el resultado de la cultura que nos socializa. Un contacto que intenta barrer fronteras, atravesar muros invisibles e ir más allá del puro e iniciático intercambio de mensajes para ahondar en la creación de significados. Siempre con una mirada autocrítica y de humor para tratar de entender al 'otro'.
Nos sumergimos en el viaje. Convertidos en un punto de vista único somos parte anónima del conjunto que nos rodea. Un contexto desconocido en el que nuestra identidad cultural y personal se ve sometida a continuos cambios, cuyas variaciones suponen en ocasiones un choque de expectativas. Ya lo decía Weber, "por lo que hace a la comprensión y a la comunicación debemos darnos cuenta de que el otro, que no pertenece a mi cultura, no piensa obligatoriamente la realidad como yo la conozco y a la inversa".
Recorremos destinos, queremos ver directamente con nuestros propios ojos todo cuando acontece. Hacemos conjeturas respecto a lo que aquello significa hasta tal punto de trasladarnos al 'otro lado'. Un ejercicio que con ahínco y cierta predisposición tiene como recompensa un continuo maravillarse. Nos aproximamos con la voluntad de ser identificados en una valoración desprejuiciada y con derecho a la similitud. Y en este punto de inflexión nos damos cuenta que la identidad personal con la que viajamos no es más que el resultado de la cultura que nos socializa. Un contacto que intenta barrer fronteras, atravesar muros invisibles e ir más allá del puro e iniciático intercambio de mensajes para ahondar en la creación de significados. Siempre con una mirada autocrítica y de humor para tratar de entender al 'otro'.
Tras un tiempo en movimiento me pregunto que tal vez no exista tal muro que separe ambos mundos. Y en caso de que exista, dependerá del grado de implicación de cada uno hasta reducirlo a un mero y endeble tabique de cartón. Una cuestión de perspectiva que ayude a establecer la individualidad de cada cultura, entendiendo ésta como un producto diverso formado por distintas identidades, un fenómeno plural.
Foto: Danuta-Assia Othman
Foto: Danuta-Assia Othman
4 comentarios:
hay que ser un poco cameleon para entender y comprender identidades y veo que los cambios de color te queda bien ET
y como camaleón, siempre viene bien mudar de piel de vez en cuando... :D
La implicación personal del autor con sus textos es uno de los grandes enigmas de la literatura. ¿Hasta qué punto uno debe desnudar su alma mientras escribe? Felicidades por el blog!
Muchas gracias Nacho! :D Es una cuestión que me ronda a menudo por la cabeza...susceptible de una buena conversación ayudada de un buen vino, no crees?! ;)
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