29 oct 2011

Un despertar súbito

Demasiado pronto para ser cierto. Un ruido estrepitoso y de gran intensidad penetra las ventanas del dormitorio de forma arrolladora, sin pedir permiso. Me cuesta entender qué sucede. Miro hacia un lado y otro. Mis oídos continúan desbordados. Repito, es demasiado pronto. Sin apenas darle tiempo a los gorjeos propios del amanecer, la festividad del Deepavali da los buenos días a las decenas de fieles que acuden a los templos para celebrar este acontecimiento de corte nacional y religioso a partes iguales. Conocido como el festival de las luces, existen muchas leyendas asociadas. La más extendida y seguida por el hinduismo, supone la victoria del bien sobre el mal. La iluminación de la oscuridad espiritual. Es por ello que muchos negocios abren un nuevo libro de cuentas, símbolo del comienzo de un nuevo año financiero.
 
Así que, con lo puesto y entre bostezos, decido salir al encuentro del ajetreo que tan vehemente ha interrumpido mi sueño. El asombro que produce el exótico despliegue colorista de las ropas nos transporta a sus orígenes: la India. Nada parece indicarnos que nos encontramos en un enclave diferente: Melaka, ciudad histórica por excelencia de Malasia. Hay lugares en los que queda atrapada la esencia del pasado, ese aire añejo de las cosas que algún día fueron algo. Melaka es uno de ellos. Desde el s.XV, multitud de culturas han dejado su huella en el que fuera uno de los enclaves comerciales más importantes en la ruta de navegación gracias a su posición geográfica. Un sabor colonial que desprende nostalgia de unos tiempos ya lejanos. Portugueses, holandeses y británicos brindaron una arquitectura que todavía hoy permanece repartida entre sus plácidas y soñolientas calles. 

La procesión gana adeptos a medida que avanza la calle guiados por el sonido desmedido de los tambores e instrumentos de viento que claman a los dioses desde las entrañas del templo hindú.  De nombre 'Sri Poyyatha Vinayagar Moorthi', arremolina a una nutrida comunidad india. No en vano, se trata del templo hindú más antiguo del país. Conviene saber que tras el pueblo malayo y chino, los indios constituyen el tercer grupo étnico más importante de Malasia. Una particularidad social que se deja entrever especialmente en localidades como George Town, en la isla de Pulau Penang o en la peninsular Melaka. 

A pesar del madrugón, el festival de las luces se presenta al viajero como una oportunidad para apreciar con mayor intensidad la personalidad multicultural de este lugar. La celebración estrecha a sus devotos entregados a ella. Los rezos acontecen en cada una de las siete deidades que acoge el templo, entre ofrendas que saben a coco, plátano y azafrán. El olor a incienso recorre cada una de las instancias creando una atmósfera cargada de misticismo difícilmente de sobrellevar en ayuno. El silencio de sus creyentes solo se ve interrumpido por los cantos entonados a modo de mantra. La riqueza y policromía de las telas embellecen una estampa grácilmente acompañada por los atuendos que visten los más pequeños que revolotean ajenos a lo que les rodea. Los destellos de los primeros rayos de luz se asoman acentuando una paleta de intensos colores capaces de exaltar el ánimo. 

El ritual se repite con la llegada de nuevos fieles. La ceremonia concluye sentados en el suelo entorno a un plato compuesto de arroz. Amablemente, insisten a que comparta con ellos este bocado especiado. Y con una sonrisa me estrechan la mano: '¡Happy Deepawali!'.



Foto: Danuta-Assia Othman











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26 oct 2011

Galería Malasia

'Viajes en Caleidoscopio' continúa su andadura con algunas imágenes captadas desde Malasia.

Fotos: Danuta-Assia Othman































































































































































































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23 oct 2011

Contrapunto de segunda mano

Vastas llanuras se abren paso a un lado y a otro del camino teñidas de un verde que calma las emociones y acentúa el deleite del viaje. A medida que nos vamos acercando, su tonalidad se oscurece y se eleva la altura. Las carreteras secundarias aparecen salpicadas por pequeños poblados que hacen las veces de socorridas paradas para suministrarse con algo de fruta exótica. La espesa bruma de algunos tramos nos advierte que nos adentramos en un paisaje cambiante, preludio a la realidad del país vecino. Nos encontramos en la localidad tailandesa de Tambon Tha Kham, a 500 m del puesto fronterizo con Camboya. 

Entre camionetas de todos los tamaños y pasaportes se halla un  macro mercado local de segunda mano. Uno de los más visitados por los lugareños que acuden a contemplar y a participar en el arte de la ganga. Cada día, entre las 7 y 8 de la mañana, más de 2.000 camboyanos cruzan la frontera con el amanecer como telón de fondo. El espectáculo se alarga hasta que cae el alba. El tiempo parece dar una tregua a este negocio que empezó con las donaciones de ropa que Naciones Unidas repartía al pueblo camboyano. Hoy en día, este bazaar de dimensiones que agotan a cualquiera, se ha transformado en un proveedor de género para aterrizar más tarde en las tiendas de Corea, Japón y Hong Kong.

Foto: Danuta-Assia Othman

La primera visión del asunto viene precedida por el alarido de quienes tratan de ganarse la vida a cambio de visados. Tras ello, una profusión de artículos de todas las formas y fines llaman nuestra atención: bolsos, abrigos, juguetes, tecnología, ropa de cama... Y de nuevo, más pantalones, camisetas, pañuelos y calzado dominan un escenario que se repite incesantemente. 

El rostro y el movimiento de sus gentes se balancean a medida que nos abrimos paso. El arte de la imitación se exhibe aquí con tremendo descaro y habilidad. El centelleo de un cielo resplandeciente se deja entrever a través de los toldos, imprescindibles para poder soportar la que está cayendo encima. En un espacio que trastoca la orientación, la única pista visible es la puerta de entrada. Una vez dentro, uno queda a merced de interminables galerías que serpentean sin fin. Despistarse en este complicado laberinto resulta la tónica dominante, incluso para los habituales.

Fotos: Danuta-Assia Othman

Sin embargo, el contrapunto de esta garganta de moneda fácil se encuentra camuflada entre montones de prendas. Talleres de dudosa apariencia en los que niños y niñas trabajan sin descanso entre máquinas de coser y planchas. En un mercado cuyo horario desconoce los días festivos y los derechos laborales, la necesidad de mantener a familias enteras se torna prioritaria frente a la escolarización y la posibilidad de un futuro mejor. Una situación compleja donde reina la ausencia de cualquier garantía social y de infraestructura que propicia y desemboca en esta indignante imagen.

El desarrollo económico y el empobrecimiento de las áreas rurales en el Sudeste Asiático, constituyen dos factores que para nada ayudan a reducir esta plaga. La miseria sacude frecuentemente en este punto de la orbe esta vez bajo el disfraz de un producto de segunda mano. Y uno se pregunta: ¿Cuántas manos pagarán un precio elevado por este producto de ocasión?















































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20 oct 2011

Una mujer con gancho

Se llama Pariyakorn Ratanasuban. Tiene 31 años y es la primera y única mujer promotora de Muaythai femenino en Tailandia. En un deporte donde todavía hoy persisten los prejuicios culturales y de género, el caso de esta mujer con aspecto de no haber roto un plato, resulta ejemplar e imprescindible para avanzar en la lucha contra la indiscrimación en la práctica del boxeo femenino.

Foto: Siraphop One Songchai  

Su historia se remonta muchos antes de que ella naciera. Apostillada por la prensa nacional e internacional como 'Little Songchai', es la hija menor del que se conoce como el Gran Promotor Songchai de Muaythai en Tailandia. Pariyakorn confiesa que se siente agradecida por haber tenido la oportunidad de conocer los entresijos de este deporte de la mano de su padre. Una persona a la que considera un modelo a seguir. "Desde que era niña, mi padre me llevaba a los estadios. Tuve la oportunidad de entablar amistad y aprender de los veteranos promotores y boxeadores desde una edad muy temprana" comenta orgullosa. Sin embargo, los comienzos no fueron fáciles. 

"El Muaythai y el boxeo nunca han sido para la mujer. Resulta complicado ir a contracorriente y acabar con las barreras culturales que la propia tradición se ha ocupado de preservar. Mi trabajo consiste, sobre todo, en cambiar el pensamiento de la propia mujer tailandesa, dejando una puerta abierta a un futuro laboral propio, lejos de su estereotipo como ama de casa", remarca con especial atención. Una ardua tarea la de ser pionera en una industria de rostro masculino.

Su día transcurre fuera del cuadrilátero, entre clientes, promotores, prensa y marketing, mucho marketing. Solo así se puede romper con unas normas en las que habitualmente los sponsors no se muestran interesados ni quieren oir hablar de promover el Muaythai femenino. Un trabajo que requiere grandes dosis de paciencia y perserverancia. Una compleja y valiente misión la de cambiar el imaginario colectivo de generaciones enteras. Como muestra de que su propósito no se queda en simple accesorio, Pariyakorn cuenta con varios premios que recompensan su gran compromiso. El último de ellos en el 2010, donde la WBO (World Boxing Organization) reconoce su honorable labor.

A pesar de los obstáculos, esta mujer de menuda estatura pero no de intenciones, se muestra confiada y afirma con contundencia que las mujeres boxeadoras son más fuertes cuando se trata de determinación y fuerza de voluntad. Un terreno intransitado hasta no hace mucho, pero del que no hay marcha atras. Entre una lluvia de puños, Pariyakorn ha llegado dispuesta a sortear hasta el más duro golpe para seguir abriendo camino a un deporte, ahora también, femenino.

























Foto: Siraphop One Songchai

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16 oct 2011

Galería Tailandia

'Viajes en Caleidoscopio' inaugura sección con una serie de instantáneas captadas desde Tailandia.

Fotos: Danuta-Assia Othman


























































































































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El sabor (amargo) de la aventura

Es un momento difícil, de esos en los que te asalta la pregunta: '¿Qué estoy haciendo aquí?' Son más de las seis de la tarde y ya ha anochecido. No se ve nada en esta carretera secundaria del extremo sureste del país. Nos separan de Bangkok una distancia que supera las cuatro horas. Y cae agua por todas partes, alguien ha abierto el grifo y parece ser que no tiene intención de cerrarlo. Truenos aquí y allá ponen de su parte en semejante espectáculo agudizando la tensión entre nosotros. Entre tanto, rayos de proporciones considerables iluminan intermitentemente la noche apagada. 

No podemos avanzar, la visibilidad se reduce a la nada. No sabemos siquiera si estamos en el carril correcto. No, hasta que las luces de un vehículo se acercan frente a nosotros. Damos un volantazo y nos detenemos de nuevo. El miedo hace mella en forma de silencio. '¿Qué hacemos?', es lo único que nos atrevemos a musitar. 'Nada', responde de nuevo el silencio. La cortina de agua golpea con fuerza, semejante furia. Le pregunto a Annie si esto es normal. 'No, para nada', responde. Hace décadas que el monzón no golpeaba con una sobrenatural intensidad en este lado del globo.

Decidimos continuar, muy poco a poco. El parabrisas se contonea arrojando cantidades ingentes de agua a un lado y a otro. Encogidos ante este fenómeno que escapa a la compresión de cualquiera, avanzamos no sin temor. No podemos hacer otra cosa. Hay que salir cuanto antes del foco de la tormenta. Annie me da la mano en un intento de tranquilizarnos y sobrellevar con entereza la que nos está cayendo encima. La gravedad lo requiere. Tras una sufrida espera, parece que hemos pasado lo peor.

La aventura, entendida como una salida al encuentro de algo peligroso, nos escoge arriesgando nuestras perspectivas de retorno. Es una aventura que, aún a fortuna de contarla, supone un recuerdo angustioso. El saber de la transitoriedad deambula y reposa sobre nuestras cabezas. '¿Saldremos de esta?'  Se trata de una situación libre de intenciones, amiga de lo ajeno, un imprevisto. Una experiencia que sin duda hace que el viaje lleve puestas las mayúsculas. Un viaje por el centro del país atravesando pueblos anegados por una lluvia que no da tregua. Algunos cientos se cuentan en las filas de sus víctimas, los damnificados superan lo inaceptable y lugares cuyas centenarias joyas arquitectónicas corren peligro. Tailandia se enfrenta algo incrédula al peor monzón que se recuerda en mucho tiempo. Demasiado y suficiente para que sus moradores teman a este fenómeno que tanto les tiene acostumbrados.

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13 oct 2011

Sin palabras

Quizás a algunos les sorprenda que la expresión artística en Tailandia vaya más allá del teatro-danza tradicional en el que se representan escenas del Ramakien. Sin dejar de lado este tipo de formalismos entre los que abundan la sofisticación de las marionetas y las máscaras, conviene tener en consideración un tipo de arte que si bien no viene de ahora, está escalando posiciones con paso firme en el panorama de las representaciones artísticas del reino de Siam.

Foto: Konnakhao

Se trata de un primitivo rito de imitación que llegó hasta los confines del continente asiático mucho antes de aterrizar en Europa. Un espectáculo visual de coreografías complejas que a menudo nos transportan a mundos circenses, donde solo tiene cabida el lenguaje gestual y los movimientos corporales. Un arte donde el silencio se asoma por los cuatro costados.

La capacidad de abrir los sentidos se presta aquí prioritaria para llegar a comprender un lenguaje, el de los gestos y su elaborado significado, al que poco estamos acostumbrados. En una sociedad donde el entretenimiento se disfruta en grupo en un tono animado y de cierta algarabía, la pantomima sorprende a sus desconocidos que se atreven a disfrutar de sus espectáculos. Un disfrute que a priori no se suele recibir con los brazos abiertos pero que sin embargo se finaliza con ganas de repetir.

Foto: Konnakhao

Como muestra de que el arte del silencio no se lo lleva el viento, algunas escuelas dedican su tiempo y esfuerzos a continuar con esta antiquísima tradición. Sin ir más lejos, paseando por el fabuloso y más que recomendable BACC (Centro Cultural de Arte de Bangkok) nos encontramos en una de sus salas con la primera academia de mimo de Tailandia: 'KONNAKHAO'.

La historia comienza hace más de una década de la mano de su fundador Peitoom Laisakul. Con una trayectoria artística que supera el cuarto de siglo, este hombre de gesto apacible, entrega sus conocimientos a todo aquel que se muestre interesado. Y no son pocos. Pues en este pequeño espacio en la planta tercera del BACC, cada día ensayan alumnos venidos desde todo el país. Con un precario inglés, Peitoom explica cómo empezó todo. En una conversación algo torpe debido a la falta de un lenguaje verbal común, su gesticulación adquiere un valor simbólico. Una trabajada habilidad que hipnotiza al interlocutor. Los movimientos mecen a un ritmo pausado mientras explica una historia, la suya. Comenzó cuando tenía 18 años. Animado por un profesor de la universidad, Peitoom se aventuró en un territorio intrasitado en la escena artística de entonces. La afición primeriza se volvió vocación hasta consolidar una carrera profesional. 

Foto: Konnakhao

A día de hoy, la academia de mimo 'KONNAKHAO' de Bangkok forma a un devoto grupo de alumnos que se esfuerzan en cada espectáculo para seguir sumando filas entre sus seguidores (que ya son muchos). Así que si deciden probar este plato, recuerden que, además de disfrutar de una apuesta diferente de arte tailandés, no les dejará indiferente.
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10 oct 2011

Una óptica y algo más...

En la trastienda de una pequeña óptica del barrio Ratanakosin de Bangkok, se esconde una historia de ingenio y perseverancia. Este es el relato de un hombre creativo con una curiosa pasión: fabricar saxofones de bambú.

Foto: Danuta-Assia Othman

Se llama Wiboon Rungyuenyong. Tiene 65 años y desde hace 14 años su modus vivendi se ha visto alternado entre la óptica del mismo edificio que le vio nacer y la artesanía musical. Todo un ejemplo de superación donde se cumple el proverbio africano: "Si hay un deseo, hay un camino". Un camino lleno de obstáculos que fue superando a base de grandes dosis de paciencia y, sobre todo, ilusión.

El asunto fue como sigue. Músico aficionado a tocar la flauta, un buen día Wiboon vio en un programa de televisión a un hombre tocando un saxofón de bambú. Tal fue su asombro que al cabo de unos años tuvo la oportunidad de conocerle y así empezar a practicar de forma autodidacta. De rictus afable y carácter bondadoso, confiesa que solía escuchar la radio como referencia. Tras un largo tiempo entre notas y muchas horas después, Wiboon se lanzó a la aventura de crear uno por sí mismo. Sin saber ni cómo hacerlo ni por dónde empezar. Pero sí con una sobrada curiosidad. De nuevo tuvieron que pasar cuatro años hasta que aquel prototipo fallido que había quedado relegado en un rincón del escaparate, recobrara el aliento gracias a alguien que pasaba por allí e insistió en tocarlo. Con cierto escepticismo, cedió y para sorpresa de ambos, el saxofón de bambú sonó. Y no solo eso, sino que además sonaba bien. Este hecho fue determinante para que Wiboon aprendiera un aspecto fundamental: el bambú debía estar seco. El resto, ya es historia. La fidelidad y la constancia han dado sus frutos. Personas de todos los rincones acuden hasta este recóndito lugar de la capital para adquirir y gozar de unas joyas musicales entre sopranos y tenores.

Fotos: Danuta-Assia Othman

Paso a paso, pieza a pieza. Con el mimo y el detalle de un artesano que gusta de los placeres y la recompensa de cada logro. Atento a cada consejo y con la concentración debida que requieren los hallazagos. Y como resultado, el refinamiento y la maestría de una obra bella y delicada.

A día de hoy, Wiboon se desenvuelve con soltura en un ambiente polvoriento y cabalístico (a partes iguales) del tamaño de una pequeña habitación. Cajas apiladas y cañas de bambú sobresalen a cada paso, mires por donde mires, en una escala monocromática interrumpida por el colorido del almacenaje. Desde el color arena de las piezas que aguardan el siguiente paso a la elegancia del marrón con matices amaderados de aquellas que apunto están. Estrafalarias máquinas, originariamente creadas para trabajar gafas y modificadas ingeniosamente para adaptarlas a sus nuevas necesidades, emergen sobre columnas entre el alboroto de piezas y cachivaches de todos los tamaños. Un telón de fondo donde la magia impregna febrilmente la atmósfera de este taller tan especial.

Fotos: Danuta-Assia Othman

Un lugar donde la creatividad no conoce límites y jamás tira la toalla. Un ejemplo a seguir no válido para escépticos, pues los sueños (muchas veces) se cumplen.

Vídeo: Danuta-Assia Othman
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7 oct 2011

De nombre 'superlativo'

Humeantes carritos de exótica comida que aceleran nuestro paladar, más de 15.000 puestos con prácticamente todo lo que uno pueda buscar, un decorado de vastas dimensiones que ocupa varias hectáreas hasta donde la vista alcanza... todo ello abrazado por un estado bochornoso que ralentiza los sentidos.

Foto: Danuta-Assia Othman

Estamos hablando de Chatuchak, el mercado más grande de toda Tailandia. Este encuentro de lo más variopunto abre sus puertas los fines de semana en la capital a sus más de 200.000 visitantes. Conviene acercase a primera hora, pues la sinfonía de este macro negocio comienza con un preludio en calma sosegada y perezosa hasta despertarse en un crescendo constante.

Un orden caótico asoma entre las laberínticas e intrincadas calles repletas hasta decir basta. Pasadizos en los que se alternan destellos de luces y sombras y donde se cruzan aromas difícilmente de distinguir. La peculiaridad se muestra con descaro en cada paso captando nuestra atención hasta el siguiente. Aquí la variedad no tiene límites aunque pueda resultar agotador entre tanto trasiego. Sortear a sus invitados entre vehículos de todos los tamaños supone todo un ejercicio que pone a prueba nuestra destreza acrobática.



Fotos: Danuta-Assia Othman

Más allá de la voluntad consumista de cada uno, resulta interesante acercarse hasta este hervidero para aproximarse y capturar el pulso del día a día. Todo un espectáculo visual cuyos malabares se mueven entre grandes dosis de bullicio y algarabía. Un recorrido que excita el ánimo y cuyo variado repertorio de contrastes asoman aquí y allá. Lo dicho, superlativo.
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4 oct 2011

Bangkok, vibrante torbellino urbano

Bangkok, también conocida como 'La Ciudad de los Ángeles' tiene carácter y carisma. Un encanto ganado a pulso. No en vano nunca fue colonizada. Posee tantas caras como realidades, y todas ellas fascinantes. Moderna a rabiar, cada esquina es diferente y no deja indiferente. Y esto la hace descaradamente interesante. Prepárense porque se encuentran en una de las metrópolis más influyentes del Sudeste Asiático, donde los sentidos se estremecen y sobrecogen a partes iguales.

En esta capital amante del caos y lo exótico, la paradoja se asoma en cada esquina donde  podemos observar la curiosa sintonía que entonan la tradición oriental y la modernidad occidental. Una particular melodía que le imprime una doble personalidad.

Bangkok ha ido creciendo de forma caprichosa hasta alcanzar una dimensión vasta y con cierto desbarajuste, amén de los aires disparatados del tráfico. Acompañada por una considerable tendencia a la verticalidad. En este sentido, autovías, callejuelas, canales y el skytrain se superponen en un enjambre de hormigón tridimensional. Por su parte, los puestos ambulantes representan una fuerte columna en la infraestructura de la ciudad. Hermanos de una arquitectura que combina el ladrillo y el cemento con el encanto de los palafitos de teca y el esplendor de su arquitectura de corte religioso.
Y es que la que fuera denominada la Venecia de Oriente (gracias a sus numerosos canales) alberga, a modo de embriagador cóctel, túk-túks por doquier, chillonas señales de neón, mercados flotantes, majestuosos templos, comercio para dar y tomar y rascacielos allá donde la vista alcanza. Aderezada por unos platos que harán las delicias de nuestro paladar. Todo ello, envuelto por el carisma y la congestión de sus bulliciosas calles que desorientará hasta el más avezado. Las lecciones, pues, se suceden a cada momento.

Ying y Yang conviven a veces en perfecta armonía y otras no tanto. Pero el inconfundible carácter de sus ciudadanos bajo la doctrina del sanuk amortiguará cualquier situación. Un singular barómetro que se podría traducir como 'diversión' y que ocupa un primer lugar en su filosofía de vida. Con una mano en el nuevo milenio y otra profundamente espiritual, sus habitantes gozan de humildad y honestidad gracias a su naturaleza bondadosa (no exenta de rufianes y buscavidas). 

Una ciudad enérgica y vibrante que nos aturdirá en más de una ocasión. Donde el dinamismo y el cambio azotan con frecuencia a esta metrópolis tropical, respetando empero unas tradiciones que hoy en día conserva intactas. Una ciudad donde los tiempos se fusionan. Bangkok sabe a esto y a mucho más. ¡Buen provecho!
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1 oct 2011

Tailandia, Imperio de la diversidad

Tailandia, una palabra que etimológicamente significa 'la tierra de los libres'. Para muchos, sin embargo, este territorio conocido por sus sonrisas y que acoge a una población de 65 millones, está asociada al exotismo, playas paradisíacas, paseos en elefante, full moon parties en Koh Phangan...
Pero el abanico del antiguo Siam abarca mucho más de la ya conocida imagen descafeinada. Y es que decir Tailandia sería caer en una reducción cultural pues hay muchas tailandias: a la espiritualidad y a la riqueza de su diversidad étnica le acompañan la sofisticación de sus templos centenarios, uno de sus secretos mejor conservados y valioso testimonio del pasado. Una historia que procede del sur de China y se remonta al s.X, no sin antes tener en cuenta a los imperios mon, jemer y malayo que dominaron la región previamente a su llegada. Todo ello aderezado por la elegancia de sus gentes, a menudo fruto de la práctica del budismo, una religión mayoritaria en todo el territorio. No en vano el budismo está presente en la vida tailandesa, desde las decenas de templos que acampan a sus anchas por todo el país al azafrán de las túnicas de sus monjes que salpican de color allá por donde pasan. Tailandia ofrece esto y mucho más.

Minorías culturales, vastos arrozales que se encaraman a lo largo y ancho del país, paisajes sureños de ensueño y misticismo jalonan la exquisitez de un imperio que danza en particular armonía consiguiendo así preservar las distintas formas de vida que conviven desde el s.XIV. Todo un esfuerzo frente al empuje de las nuevas generaciones cada vez más alejadas de las tradiciones haciendo hueco a una clase media próspera y emergente. Aquí las diferencias se tornan desemejanzas dentro de una abundancia variada. 

Unos ingredientes que cautivan y nos arrastran hacia un estado epicúreo coronado por la arrebatadora e irresistible gastronomía tailandesa. Una delicia para los gastronómadas. Sabrosa y aromática. La gran variedad de platos y la complejidad de sabores y aromas resuelta con gran maestría asaltarán a los paladares de los viajeros. Tan solo hay que dejarse llevar y experimentar.




Dicen que para gustos, colores. Tailandia constituye, en este sentido, un espectáculo para todos los públicos. Desde naturaleza en estado puro con más de un centenar de parques nacionales a merced de las chaparrónicas lluvias monzónicas, tribus pintorescas a urbes de notas futuristas... El espíritu del antiguo Reino de Siam resplandecerá al viajero. Éste, a cambio, deberá permanecer con los ojos bien abiertos ante el paisaje cambiante. Solo así conseguirá percibir su genuino esplendor enmascarado en sus miles de formas. Su magnetismo fuera de lo común convertirá el viaje en una experiencia completamente diferente. Una zambullida a un amalgama que sin duda valdrá la pena.
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