Los vientos soplan a placer mientras nos acercamos al montón de maderas apiladas que forman el embarcadero del pueblo flotante de Chong Kneas. Al fin descansamos del estrepitoso motor que gorgotea sus últimos jadeos.
Disfrutando de la novedad del paisaje, el sol cae a plomo en esta pequeña ciudad, son las tres de la tarde. A su arrimo y en sus calles, una nube opalescente de polvo envuelve un camino de accidentada geografía. Repleto de socavones de todos los tamaños que, desde la parte trasera del mototaxi, hacen tambalear a mi mochila. Mientras nos acercamos, cavilo acerca del rompecabezas que cada destino plantea al viajero. El presente en cuestión tiene más hoteles y pensiones que templos, y se ha reinventado así mismo como epicentro del país, tras casi tres décadas aletargado con la llegada de la guerra y los jemeres rojos. Su nombre significa 'siameses derrotados' y constituye una rampa de lanzamiento iniciático a la octava maravilla del mundo camboyano.
Me encuentro en un lugar que abraza la memoria de los tiempos y, a su vez, da la bienvenida a un nuevo horizonte punteado por la celeridad de una voluntad que clama la marea de turistas que no dejan de llegar hasta sus orillas. Su papel principal es servir como línea de suministro y mantener así las constantes vitales de su mayor atractivo. Son muchos quienes han sucumbido a unos encantos que palidecen en comparación.
La gestión de un modo de vida apacible nos persuade y trata de convencer para que desplacemos la línea temporal hasta nuevo aviso. Y no es esta una pasión caprichosa, que podría serlo, sino la consecuencia lógica de caer de bruces ante esa capacidad evocadora del mito y del pasado. Con una dimensión de bolsillo, es este un lugar de robinsones urbanitas vocacionales. Bienvenidos a Siem Reap.
Foto: Danuta-Assia Othman
Disfrutando de la novedad del paisaje, el sol cae a plomo en esta pequeña ciudad, son las tres de la tarde. A su arrimo y en sus calles, una nube opalescente de polvo envuelve un camino de accidentada geografía. Repleto de socavones de todos los tamaños que, desde la parte trasera del mototaxi, hacen tambalear a mi mochila. Mientras nos acercamos, cavilo acerca del rompecabezas que cada destino plantea al viajero. El presente en cuestión tiene más hoteles y pensiones que templos, y se ha reinventado así mismo como epicentro del país, tras casi tres décadas aletargado con la llegada de la guerra y los jemeres rojos. Su nombre significa 'siameses derrotados' y constituye una rampa de lanzamiento iniciático a la octava maravilla del mundo camboyano.
Me encuentro en un lugar que abraza la memoria de los tiempos y, a su vez, da la bienvenida a un nuevo horizonte punteado por la celeridad de una voluntad que clama la marea de turistas que no dejan de llegar hasta sus orillas. Su papel principal es servir como línea de suministro y mantener así las constantes vitales de su mayor atractivo. Son muchos quienes han sucumbido a unos encantos que palidecen en comparación.
La gestión de un modo de vida apacible nos persuade y trata de convencer para que desplacemos la línea temporal hasta nuevo aviso. Y no es esta una pasión caprichosa, que podría serlo, sino la consecuencia lógica de caer de bruces ante esa capacidad evocadora del mito y del pasado. Con una dimensión de bolsillo, es este un lugar de robinsones urbanitas vocacionales. Bienvenidos a Siem Reap.
Foto: Danuta-Assia Othman
1 comentarios:
pues no se lo del acertijo, pero me ha gustado mucho como escribes :)
Un saludo!
Publicar un comentario