El viaje, a menudo, proporciona un tapiz de infinitos reflejos. Mudos como imágenes, el centelleo de sus destellos despide una ráfaga de luz intensa, momentánea y oscilante. Un resplandor que puntea la línea del horizonte y nos empuja a seguir descubriendo.
Seducidos por todo cuanto nos rodea, pronto nos vemos sumergidos en la bienintencionada inclinación de comprensión y entendimiento hacia otras personas o culturas. O eso creemos. Pues esa capacidad de ser otro que define nuestro concepto filosófico de la alteridad, supone algo más que esa espontánea empatía que parece estrecharnos en cuanto ponemos pie en territorio ignoto. Respeto, reconocimiento y generosidad resultan necesarios cuando emprendemos la maquinaria de la alteridad. Y es que la reflexión metafísica del término exige la laboriosa observación detenida, aquella que trabaja en la dirección de la igualdad en la diversidad.
En este marco de contacto cultural que proporciona el viaje, las impresiones devienen en un fenómeno que, como el tiempo, resulta más elástico, más subjetivo y abierto. Con la ligera sombra de la diferencia planeando en la experiencia de lo extraño, conviene reconsiderar que la alteridad no es sinónimo de una simple diferenciación. La valoración de los otros supone el aplazamiento del nosotros. Es la manera de poder aprehender al otro como otro propiamente, tan remoto en pensamiento y costumbres. Recupero entonces las palabras de Todorov cuando argumenta que 'uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que somos una sustancia homogénea, y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos [...]'.
Boda de una novia raptada. Foto: Google. |
La atención que merece dicha práctica asalta mi pensamiento mientras, con excitación inocente y cierta sorpresa, miro un documental de la BBC, 'Novias robadas', sobre la situación de centenares de mujeres jóvenes en Chechenia, víctimas de los denominados 'matrimonios por secuestro'. El rapto a menudo incluye violación. Con un seguimiento a tiempo real de varios casos, el espectador se zambulle en esta 'costumbre' específicamente chechena entre el desconcierto, la estupefacción y la extrañeza ante este terrible y extendido fenómeno. Un sentimiento que comparte la reportera, que no duda en manifestar su opinión a los entrevistados. Y es aquí, en este punto, cuando una de las mujeres le contesta que para lo que ella considera un hábito salvaje, para ellos es una práctica normal e indispensable para preservar y aferrarse a la tradición de un pueblo con una historia sin fin, que se rebela contra años de discriminación nacional y hegemonía rusa.
La discrepancia que con ímpetu asalta a la transigencia del viajero viene acompañada por la hosquedad con la que recibe semejante rito en nombre de una tergiversada tradición, donde las mujeres se convierten en prisioneras. Los límites que definen la sustancia, la materia prima de lo que solemos entender por costumbre se diluyen en una absoluta confusión.
El tema es inmenso. ¿Tradición o delito? La dificultad de comprensión alcanza aquí cotas considerables, donde los límites de la razón y lo sensato se cuestionan con una complejidad que complica 'la capacidad de ser otro' y nos hace cuestionar el sentido de la alteridad.
1 comentarios:
la familia escrito por HENGELS (creo)me hace entender esta tradicion.... ahora delito....ET...
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