Vastas llanuras se abren paso a un lado y a otro del camino teñidas de un verde que calma las emociones y acentúa el deleite del viaje. A medida que nos vamos acercando, su tonalidad se oscurece y se eleva la altura. Las carreteras secundarias aparecen salpicadas por pequeños poblados que hacen las veces de socorridas paradas para suministrarse con algo de fruta exótica. La espesa bruma de algunos tramos nos advierte que nos adentramos en un paisaje cambiante, preludio a la realidad del país vecino. Nos encontramos en la localidad tailandesa de Tambon Tha Kham, a 500 m del puesto fronterizo con Camboya.
Entre camionetas de todos los tamaños y pasaportes se halla un macro mercado local de segunda mano. Uno de los más visitados por los lugareños que acuden a contemplar y a participar en el arte de la ganga. Cada día, entre las 7 y 8 de la mañana, más de 2.000 camboyanos cruzan la frontera con el amanecer como telón de fondo. El espectáculo se alarga hasta que cae el alba. El tiempo parece dar una tregua a este negocio que empezó con las donaciones de ropa que Naciones Unidas repartía al pueblo camboyano. Hoy en día, este bazaar de dimensiones que agotan a cualquiera, se ha transformado en un proveedor de género para aterrizar más tarde en las tiendas de Corea, Japón y Hong Kong.
Foto: Danuta-Assia Othman
La primera visión del asunto viene precedida por el alarido de quienes tratan de ganarse la vida a cambio de visados. Tras ello, una profusión de artículos de todas las formas y fines llaman nuestra atención: bolsos, abrigos, juguetes, tecnología, ropa de cama... Y de nuevo, más pantalones, camisetas, pañuelos y calzado dominan un escenario que se repite incesantemente.
El rostro y el movimiento de sus gentes se balancean a medida que nos abrimos paso. El arte de la imitación se exhibe aquí con tremendo descaro y habilidad. El centelleo de un cielo resplandeciente se deja entrever a través de los toldos, imprescindibles para poder soportar la que está cayendo encima. En un espacio que trastoca la orientación, la única pista visible es la puerta de entrada. Una vez dentro, uno queda a merced de interminables galerías que serpentean sin fin. Despistarse en este complicado laberinto resulta la tónica dominante, incluso para los habituales.
Fotos: Danuta-Assia Othman
Sin embargo, el contrapunto de esta garganta de moneda fácil se encuentra camuflada entre montones de prendas. Talleres de dudosa apariencia en los que niños y niñas trabajan sin descanso entre máquinas de coser y planchas. En un mercado cuyo horario desconoce los días festivos y los derechos laborales, la necesidad de mantener a familias enteras se torna prioritaria frente a la escolarización y la posibilidad de un futuro mejor. Una situación compleja donde reina la ausencia de cualquier garantía social y de infraestructura que propicia y desemboca en esta indignante imagen.
El desarrollo económico y el empobrecimiento de las áreas rurales en el Sudeste Asiático, constituyen dos factores que para nada ayudan a reducir esta plaga. La miseria sacude frecuentemente en este punto de la orbe esta vez bajo el disfraz de un producto de segunda mano. Y uno se pregunta: ¿Cuántas manos pagarán un precio elevado por este producto de ocasión?
Entre camionetas de todos los tamaños y pasaportes se halla un macro mercado local de segunda mano. Uno de los más visitados por los lugareños que acuden a contemplar y a participar en el arte de la ganga. Cada día, entre las 7 y 8 de la mañana, más de 2.000 camboyanos cruzan la frontera con el amanecer como telón de fondo. El espectáculo se alarga hasta que cae el alba. El tiempo parece dar una tregua a este negocio que empezó con las donaciones de ropa que Naciones Unidas repartía al pueblo camboyano. Hoy en día, este bazaar de dimensiones que agotan a cualquiera, se ha transformado en un proveedor de género para aterrizar más tarde en las tiendas de Corea, Japón y Hong Kong.
Foto: Danuta-Assia Othman
La primera visión del asunto viene precedida por el alarido de quienes tratan de ganarse la vida a cambio de visados. Tras ello, una profusión de artículos de todas las formas y fines llaman nuestra atención: bolsos, abrigos, juguetes, tecnología, ropa de cama... Y de nuevo, más pantalones, camisetas, pañuelos y calzado dominan un escenario que se repite incesantemente.
El rostro y el movimiento de sus gentes se balancean a medida que nos abrimos paso. El arte de la imitación se exhibe aquí con tremendo descaro y habilidad. El centelleo de un cielo resplandeciente se deja entrever a través de los toldos, imprescindibles para poder soportar la que está cayendo encima. En un espacio que trastoca la orientación, la única pista visible es la puerta de entrada. Una vez dentro, uno queda a merced de interminables galerías que serpentean sin fin. Despistarse en este complicado laberinto resulta la tónica dominante, incluso para los habituales.
Fotos: Danuta-Assia Othman
Sin embargo, el contrapunto de esta garganta de moneda fácil se encuentra camuflada entre montones de prendas. Talleres de dudosa apariencia en los que niños y niñas trabajan sin descanso entre máquinas de coser y planchas. En un mercado cuyo horario desconoce los días festivos y los derechos laborales, la necesidad de mantener a familias enteras se torna prioritaria frente a la escolarización y la posibilidad de un futuro mejor. Una situación compleja donde reina la ausencia de cualquier garantía social y de infraestructura que propicia y desemboca en esta indignante imagen.
El desarrollo económico y el empobrecimiento de las áreas rurales en el Sudeste Asiático, constituyen dos factores que para nada ayudan a reducir esta plaga. La miseria sacude frecuentemente en este punto de la orbe esta vez bajo el disfraz de un producto de segunda mano. Y uno se pregunta: ¿Cuántas manos pagarán un precio elevado por este producto de ocasión?
5 comentarios:
Salvando las diferencias... nos recuerda bastante a los mercadillos de Vietnam.
Un saludo
Vietnamitas en Madrid
A ver si tengo la oportunidad de comprobarlo...si las lluvias me lo permiten!
Saludos y gracias por tu comentario!!
Desafortunadamente es un problema que afecta a varios países del Sudeste Asiático...
Que contrastes ¿ no?. Belleza y miseria. B7S
Cierto...besotes!
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