Sucede cuando menos te lo esperas. Llega sin llamar a la puerta y, sin embargo, te recibe con los brazos abiertos. La historia comienza donde la espontaneidad nace, fruto de una lluvia de fuerza monzónica donde el tiempo se detiene a la espera de poder continuar. Y en ese punto de inflexión de uno mismo fluye el encuentro entre dos desconocidos. Quizás tenga algo que ver que para algunos 'Melaka' viene del vocablo árabe mulagah: 'encuentro'. Así es como conocí a Valli Suppiah una tarde lluviosa de la que fuera capital del sultanato de Malacay.
Esta mujer de rasgos afables y mirada vital respira bondad y estrecha la generosidad siempre que puede. Forma parte de una comunidad que ocupa el tercer lugar de una sociedad pluricultural aunque, para sorpresa de muchos, nunca ha viajado a su país de origen: la India. Y, sin embargo, comparte un modus vivendi donde solo cambia el decorado.
Sin apenas pestañear se muestra curiosa y cercana. Sonríe en cada cadencia. Da la sensación que nos conocemos desde hace tiempo. Tiene un aire cándido del que es difícil sustraerse. Sin preguntar, me va contando detalles de una vida dedicada a los demás y, ahora, por una tarde, a mí. Me siento afortunada por engrosar las filas de quienes han tenido la oportunidad de compartir su tiempo. Caminamos al son de sus palabras entre callejuelas que desprenden historia con sabor añejo. Entre confesiones hace las veces de cicerone orgullosa de mostrar los encantos de su ciudad. Ha pasado algo más de medio siglo pero a juzgar por su retina, no ha perdido el apetito.
Llegamos al cenit cuando me dispongo a degustar un sinfín de sabores y texturas que gentilmente Valli me ofrece. Una buena forma, apostilla, para conectar con la realidad gastronómica de un país que respira curry en cada esquina. El festín comienza con la presencia del azúcar y el cardamomo mezclados ingeniosamente con el coco, la almendra, los anacardos o el agua de rosas. Bajo formas caprichosas, las papilas gustativas se apresuran al siguiente bocado. No es para menos. Un deleite que bien merece un extra de calorías, amén de la hospitalidad mostrada.Satisfecha, emprendemos de nuevo el camino ya oscurecido. Su bicicleta le espera.
Y es que lo más bonito de un viaje son las relaciones humanas que uno establece. Pero para ello hace falta quedarse y profundizar en el conocimiento de una nueva cultura, formas de ser diferentes y así poder llegar a la intimidad de las personas. Una muestra de la calidad humana de las gentes que desde hace siglos habitan las calles y rincones de Melaka. Hasta pronto Valli.
Valli Suppiah |
6 comentarios:
muy interesante
cada vez disfruto mas de tus escritos
ostras, gracias a los dos por el comentario! Menudo 'gran' halago, me dejáis con una gran sonrisa! :)
ole..tus fotos son mas bonitas que las postales...ET...
muchas gracias!! :D
aunque las postales también son cosecha propia! :)
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