Hace días que una bombilla desnuda ilumina a tientas el suelo ennegrecido de una habitación húmeda y con poco encanto. Hace frío y para colmo, la desvencijada puerta del balcón no se cierra del todo. Me cuesta recordar la última vez que vi un cielo despejado en lo que llevo de viaje por Vietnam. Embutida entre tantas capas como prendas llevo en mi mochila, trato de recuperarme de una fiebre que se ha convertido ya en compañera de viaje.
A falta de una medicación que calme este exceso de décimas, me entretengo entre caramelos de jengibre, cortesía de unos viajeros japoneses con quienes comparto habitáculo, y el trazo de un mapa donde fantaseo con el manto del trópico que hasta estas tierras me había acompañado. Necesito descansar, pero ¿hasta cuándo? La irresistible necesidad de mirar hacia delante impacienta mi desgastado ánimo. Una atmósfera enrarecida envuelve las seis camas que ocupan el dormitorio. Me pregunto si vendrá algún viajero nuevo, sólo somos cuatro. Escucho los renqueos de las motocicletas y los túk túks que discurren en una calle paralela.
A la espera de recuperar una energía que ya tarda demasiado en regresar, decido perderme en la belleza del camino recorrido. Arrollando mis recuerdos en su fluir me detengo en la inmensidad del detalle, eclipsada por una extraordinaria geografía algo desconcertante. Un lugar donde los caminos se desasosiegan y el tráfico se desatraganta a merced de un pequeño pueblo costero vietnamita anclado a veinticinco kilómetros de la ciudad de Phan Thiet. Antaño solitaria franja litoral convertida hoy en un destino popular, en la playa vietnamita por excelencia. Me encuentro en Mui Ne, una apacible localidad pesquera situada en la provincia de Binh Thuan, al sur de la costa central del país.
Al somnoliento pueblo donde aguarda una población heredera de la tradición y de tiempos pretéritos, se contrapone kilómetros de angosta playa flanqueada en su mayoría por palmeras (cada vez menos) y complejos hoteleros (cada vez más), que junto a escuelas clonadas puerta a puerta de windsurf y kitesurf componen el paisanaje con su indefectible olfato de construcción desmedida. Vientos, tumbonas y precios muy a la europea aparte, Mui Ne se distingue por su peculiar enclave natural, situado a las afueras de esta caldeada aldea. Y es que lo último que el viajero espera encontrar por estas latitudes es un desierto compuesto de dunas de arena blanca rodeadas de nenúfares. Un paisaje que merece mayor aplauso e interés a las cercanas dunas de arena rojiza ubicadas a unos siete kilómetros del pueblo.
Foto: Danuta-Assia Othman
Acercarse hasta ellas garantiza una experiencia memorable al servicio del deleite y el disfrute de unas vistas sensacionales que nos acompañarán durante todo el trayecto, siguiendo los contornos de una costa abrupta esculpida por el mar de la China Meridional, conocido como Nan Hai y traducido como 'mar del sur'. La decepción es imposible en un lugar como este. Y hasta él decido viajar y encaminar los pasos de mi memoria desde el deslucido camastro que sostiene mi agotado cuerpo.
2 comentarios:
Que bonita foto .Esta maravilla te vuelve a dar vida...ET..
Fue espectacular... :)
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