La noche se anunciaba fría. El viaje a destiempo parecía haber sorteado el azar de los imprevistos que asaltan a menudo al camino. O eso pensaba yo. Y es que la sensación de que el asunto no había acabado todavía me acompañaría un buen rato. Sin demasiado tiempo para meditar las consecuencias de aquella maratoniana jornada, entré en lo que parecía los restos (irre)conocibles de lo que había sido un hostal. Un cielo a contraluz se asomaba y se confundía entre las rendijas de cuatro ventanales algo destartalados, una iluminación arrinconada que se mezclaba con la luz ténue que desprendía la única bombilla del recibidor. Añádese el detalle de que la inmutabilidad acorralaba hasta el último rincón de aquella solitaria recepción, abandonada a la soledad del final del día.
Decidí esperar. Cuando ahora piensas en el tiempo que pasaste en aquella parte del mundo, lo primero que te viene a la memoria es la atmósfera reservada y enigmática, la fragancia de un aire etéreo, irreal. Apenas un escaso mobiliario compuesto por un par de mesas y algunas sillas, decoraban el espacio. Un espacio apático donde la penumbra del lugar lo abrazaba todo, acentuada por la aspereza de un suelo todavía por pulir.
Una vez más, puse el contador a cero y continué esperando a que apareciera alguien. De pronto te sorprendes de la capacidad que tienes de adaptarte a las limitadas circunstancias, te resulta estimulante descubrir que puedes apañártelas con casi nada. Prolongas tus pensamientos durante no sabes cuánto. Y cuando parecía que te ibas a instalar allí mismo con tu saco de dormir, apareció una mujer de mediana edad y musitó: "May I help you?" Sorprendida por su inglés (resulta complicado encontrate en Laos a alguien que hable otro idioma), le respondes con el más aliviado "Yes" que encuentras. "Por fín", murmuras esperanzada.
Con la suerte aún pegada en los talones, acompañé a la señora hasta mi habitación. Mientras, miraba a mi alrededor en un intento por aprehender los matices fugitivos de unas paredes que parecían estrecharse en la nostalgia del recuerdo. El silencio permaneció con nosotras hasta que me entregó la llave del cuchitril. Reflexionas y te das cuenta que hacía mucho tiempo que no dormías sola, arrastrada por la competitividad de los precios que ofrecen los dormitorios colectivos. La sugestión de un género de vida que nos persuade de que hemos retrocedido imperceptiblemente en el tiempo, sería una buena forma de describir aquel espartano habitáculo. Tras husmear los cajones del único mueble, me tumbé con lo puesto en aquel camastro. Estaba demasiado cansada como para detenerme en las incomodidades que supondría dormir en una deslucida y pobre cama.
Fueron unas reconfortantes y reparadoras horas de sueño hasta que me desperté sin saber muy bien dónde estaba. Al poco tiempo comprendí que mi apetito había interrumpido ferozmente el sueño. No es para menos, estaba hambrienta. Miré el reloj, era demasiado temprano, seguíamos de madrugada y no tenía nada para saciar la voracidad de mi apetencia. Permanecí acostada hasta que recordé que un viajero me había hablado de un mercado local que abría sus puertas al alba. Un lugar excepcional, aseguraba, para empaparse de diversidad étnica y deleitarse con exquisiteces locales. Tentador.
Decidí intentarlo, no debía estar muy lejos. Al fin y al cabo, Müang Sing no era más que cuatro callejuelas cortadas en cuadrícula. Una aventura de nivel uno si no fuera por la bruma espesa y fría, más cegadora que la noche, que me encontraría nada más salir. Ni se disolvía, ni se movía. Estaba precisamente allí, rodeándote como algo sólido e impenetrable. El resto del mundo parecía no existir. Seguía avanzando 'a ciegas', dejando de un lado el mapa y sacando del bolsillo la intuición, hacia un destino para mí desconocido. Oculto en algún lugar fuera de la vista, cuyas únicas coordenadas manifiestas eran el frío, la niebla y una densa bruma.
Foto: Josvan
1 comentarios:
la bruma de tus recuerdos despera mi mente y me deja abrumado...besitos...ET..
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