Un mundo congelado de aire silencioso. Así parece transcurrir el decorado de la otrora tierra del reino de Lan Xang (Laos), mientras me acodo en la ventanilla de una destartalada camioneta que avanza no sin dificultades entre las irregularidades de un camino donde el terreno se encabrita.
Un recorrido a merced del culebreo que marca la escarpada orografía de un territorio montañoso en casi toda su extensión. Un paisaje concentrado el de la montaña que discurre comedido ofreciendo una vista asombrosa. Mientras me acomodo a las nuevas circunstancias en la estrechez de los asientos voy sintiendo el camino en los músculos, voy sintiendo la solidez de la superficie que arrollamos a nuestro paso. La contemplación de este sustancioso panorama adquiere aquí un carácter obligatorio para todo viajero que recale por este país. No falta, naturalmente, el chapuzón inmediato de amabilidad que el laosiano proporciona sin condiciones fruto del talante tranquilo poco amigo de discusiones enardecidas que le es común.
En esta apetecible estampa, el abandono a un devenir del tiempo siempre en calma supone un requisito indispensable si queremos entregarnos a una experiencia que late a un ritmo sosegado, despacio, permitiendo así degustar como se merece el viaje. Incomodidades aparte, viajar por tierra permite no perderse detalle de un destino, por suerte, muy mochilero y que ofrece al viajero una oferta infinita gracias a la abundancia de naturaleza y a la diversidad cultural que hace gala el país.
Rendida al continuo zarandeo de una carretera sin apenas asfalto, asisto a un itinerario que me lleva por los prados ondulados, por los antiplanos de Siang Khuang, al noreste del país. Pero, sobre todo, por las omnipresentes montañas socavadas por frondosos valles boscosos y acompañados por espectaculares formaciones cársticas que dominan el paisaje de Laos. Las opciones son tantas que cualquier descubrimiento cumple las expectativas que inevitablemente todos llevamos en nuestra mochila cuando viajamos hasta el corazón de la que fuera la Tierra del Millón de Elefantes.
Mientras el horizonte muda de apariencia a medida que avanzamos, me sorprendo de la fuerza incontestable con la que el entorno capta mi atención durante todo el trayecto. No en vano, estamos rodeados por más de una docena de Áreas Nacionales Protegidas que cubren cerca del 14% de la superficie del lugar. La arcana belleza nos arrastra hasta sus entrañas regalando un camino memorable no exento de interminables curvas y arropado por la suavidad de la luz cálida que penetra sin aviso por los envejecidos cristales de la ventana. Y de nuevo la ventana, ese mirador a través del cual extender y cambiar el marco de referencia siempre que queramos.
Bajo esta fascinante epidermis encontramos un lugar sensorial donde nuestros sentidos trabajan a destajo para no perder detalle y abrirse paso en un espacio donde pervive un tiempo legendario que sobrecoge el espíritu. Los veteramos del camino encontrarán aquí motivos más que suficientes en una ruta donde la vista abraza un horizonte vasto. Un lugar donde no hay viaje pequeño ni viaje grande. Una tierra donde siempre hay viaje.
Foto: Danuta-Assia Othman
1 comentarios:
con el alejamiento del viaje el abanico del recuerdo es mas amplio y mas nostalgico...besitos....ET...
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