Convertidas las noches en otros tantos días. Así transcurre el viaje en su recorrido por tierras vietnamitas. La opción inmediata consiste en volar hasta la capital, Hanoi, o bien aterrizar en la otrora Saigón, hoy la ciudad de Ho Chi Minh. Para viajeros de espíritu inquieto, la alternativa por tierra ofrece interesantes aventuras, siendo la más singular y memorable, aquella que te lleva desde Vientiane, Laos, hasta la metrópolis de Hanoi.
Prestando oídos a las voces del silencio, comienza un viaje en el que de poco o nada sirve atender a las manecillas del tiempo occidental. Por delante nos espera casi tres decenas de horas, las suficientes como para percibir la transformación del viaje en el arte del encuentro. La inconsciencia de un camino por descubrir alimenta la incertidumbre del viajero, pero al mismo tiempo suaviza las incomodidades de semejante empache, tan solo aliviadas por las repentinas paradas donde tratar de recobrar la compostura.
Foto: Danuta-Assia Othman
Cansancios y molestias aparte, esta prolongada andanza constituye una inmejorable oportunidad para adentrarse desde el sigilo de los bocinazos constantes y sonantes, en una nueva escena de la mano de sus inconfundibles moradores con quienes compartes algo más que la estrechez del autocar. Y es que los vietnamitas son gente en paciente viaje, condicionados por unas dimensiones donde la reducida amplitud del país se ve sobradamente compensada por la longitud de una tierra que se extiende desde el sur de China hasta la frontera con Camboya.
Entregados al recuadro que nos ofrece la ventanilla, hacemos acopio de las maravillas que vamos revelando a medida que avanzamos al ritmo de un paisaje que con sutileza muda su apariencia. La capacidad de asombro se convierte aquí en nuestra mejor compañera de viaje, pues con ella descubrimos y nos perdemos en las emociones imperecederas que proporciona la inmensidad del detalle y nos brinda esa atmósfera irrepetible. De tanto en cuando, las estridencias del entretenimiento 'a bordo' con rostro de karaoke inagotable, nos despiertan de nuestro letargo, embelesado por todo cuanto ve. Sorprendida por un aguante acariciado por las mieles de la aventura, me asombra la facilidad con la que cedo al suspense del trayecto, sin importar demasiado la última parada y disfrutando de un camino presto a degustar para privilegio del viajero.
Los embrujos de esta tierra pronto se manifiestan bajo la epidermis de un territorio que se encabrita a merced de un relieve accidentado de montañas y bosques. Cetrinas terrazas formadas por antiguos depósitos fluviales se suceden a un lado y otro de la carretera. Y como colofón, los no menos impresionantes picos calizos de Pu Sam Sao que se extienden a lo largo de la frontera con Laos constituyen nuestra puerta de entrada al país del Dragón. La lluvia acompaña buena parte del trayecto, como muestra anticipada de un clima siempre impredecible. La humedad condensada imprime una tonalidad desteñida que apenas alcanzamos a discernir fruto de unos cristales enturbiados por el vapor del agua.
La intensidad de unas luces que se multiplican nos indican que el viaje pronto llegará a su destino. Agotada, soy presa de una dualidad que suele acompañar a todo paso fronterizo: la certeza de que la nostalgia se acerca se mezcla con el deseo de encontrar nuevos confines, nuevas esencias. Como decía un poeta anónimo, "es triste poner punto final a muchos capítulos de la vida; pero si no lo haces, es imposible redactar nuevas historias".
2 comentarios:
Muchas gracias por esta explosion de vocabulario ....que bonito....ET....
Gracias a ti!! :)
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