Estación inicial, inevitable punto de partida, kilómetro cero. Ciudad de extremos, de pobreza y de excesos, con encantos y desencantos acordonados por la seducción de un caos singular. Un shock para los sentidos, una falta de guión, de hoja de ruta. Un rumbo cuyo eje se va desplazando al mismo tiempo que nosotros.
De trazado fácil de recorrer y difícil de digerir, Phnom Penh (léase 'Nom Pen') se presenta al viajero con los sinsabores de un encuentro marcado por los sonidos de una vida diaria que avanza al compás del comercio y la mera supervivencia. Situada a orillas del Mekong, la capital del que fuera el Imperio jemer es una hormigueante metrópolis de cuantas existen en el mundo. Barnizada por un comienzo de leyenda, la historia cuenta que fue fundada cuando una anciana llamada Penh encontró cuatro imágenes de Buda a orillas del río Mekong. Al parecer, la mujer las ubicó en una cercana colina, y la urbe que creció alrededor pasó a ser conocida como Phnom Penh, la colina de Penh.
Mercado Psar Thmei. Foto: Danuta-Assia Othman
Foto: Danuta-Assia Othman
Al arrimo, y en sus calles, se mezclan los olores acres que desprenden sus mercados, mientras un enjambre de motocicletas se impacienta a golpe de bocinazo ante el desacierto del peatón desacostumbrado. Y es que el occidental que llega de nuevas siente tal bofetón que tarda su tiempo en recuperarse, y cuando lo hace sufre el segundo bofetón, el de la dependencia. Pues contonea la ventaja y el aliciente de ostentar una atmósfera que exhala el hechizo de la antigua Asia. Esta ciudad que ya desde el siglo XVI atrae a una gran cantidad de comerciantes chinos e indonesios, atrapa las voluntades del viajero hasta dejarlo en ese estado insólito en el que, claramente, se disocian el tiempo y el espacio.
Decía el narrador y poeta estadounidense Faulknen que un paisaje sólo se conquista con la suela de los zapatos. Con un sistema de cuadrícula implantado por los franceses, la ciudad resulta de lo más amigable a la orientación del visitante, auxiliada además por unas dimensiones que permiten empaparse de sus muchos rincones en un puñado de días y noches. Lugares de interés aparte (tarea que dejo a las nada livianas guías), la recomendación que le hago al viajero que se enfrenta por vez primera a este rincón de la Kampuchea Democrática, es la de extraviarse de los itinerarios pisoteados y abandonarse al despiste de no llevar mapa. Un ejercicio sugestivo a las puertas de la percepción que nos ayuda a redefinir nuestras geografías particulares.
Si has llegado hasta aquí lector, deberás saber que esta síntesis de palabras que desnudan a la experiencia no son más que el disfraz de verdades más profundas. Aquellas que se adivinan y se estrechan en la complicidad del viaje realizado. Un último consejo, muévete, siéntate, vuelve a caminar, mira y continúa viendo. Que lo disfrutes.
2 comentarios:
tu sintesis de parabras tiene ya la profondida de las verdades.... primero paso del viaje...ET...
muchas gracias! ;)
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