La belleza de lo intangible, aquella que refiere al alma, a la esencia del viaje. Una intransferible gratificación, impulso incontenible del siguiente paso, obedeciendo así a ese horizonte de límites indefinidos al que devotamente nos entregamos en el misterio de la palabra partir.
Recuerdos que dibujan paisajes y estados de ánimo, momentos que, para beneficio del viajero, tienen la enorme virtud de hacernos viajar una y otra vez. Paisajes esculpidos bajo la palabra que se esfuerza por dar forma a las sensaciones y las emociones que desprende ese extracto concentrado que advertimos en la solidez del viaje reposado. Y es que ya lo decía el ilustre poeta francés, Baudelaire, ‘la belleza más perfecta es la que no se puede poseer ni comprar pero se disfruta en el recuerdo’.
Y así me encuentro, ojeando ese álbum que, sin apenas darnos cuenta, da lugar al siempre enriquecedor patrimonio inmaterial que tanto nos llena de plenitud y satisfacción. Todo eso y más sucedió el día que conocí a Xlinh, una joven vietnamita de la ciudad de Hanoi. La curiosidad por abrazar la diferencia cultural permitió que aprendiéramos de los beneficios que imprime ser conscientes de la diversidad. Con un español inversamente proporcional a mi vietnamita, Xlinh no dudó en mostrarme algunos rincones donde observar ese fabuloso rompecabezas que presenta la heterogeneidad de las culturas, y en particular, la vietnamita.
Todavía me relamo al evocar la taza de chocolate al huevo que gustosamente tomamos en un escondrijo, al que llegamos tras algunas vueltas entre las laberínticas calles y callejuelas que serpentean el casco histórico de la urbe. Una dimensión que trasciende los sentidos de la orientación, convirtiendo cualquier paso dado en toda una aventura, por muy pequeña que sea. Decía Faulknen que un paisaje sólo se conquista con la suela de los zapatos. Sí, pero para que este alcance sea completo deberemos dar un paso más, aquel que extiende cualquier comunicación articulada evaporando prejuicios, estereotipos e ideas reduccionistas.
Caminamos hasta donde nuestra conversación nos llevó, merodeando los rincones de una ciudad llena de riquezas y contradicciones manifiestas en el sugestivo y cautivador binomio del pasado y presente. Tiempo suficiente para darse cuenta de esa capacidad para acrisolar aportaciones culturales de procedencia diversa que aglutina la capital. Una muestra que atraviesa monumentos y objetos coleccionables, y que se expresa en la personalidad de sus gentes, como la de Xlinh, dispuesta a dejarse envolver por la interculturalidad de este encuentro amistoso. Una posición privilegiada que pude apreciar con más intensidad durante la comida que pasé con parte de su familia en una rutilante mañana de domingo.
Y es ahí, en el vestíbulo del recuerdo, donde me doy cuenta de la atemporalidad, de la ausencia de una fecha de caducidad que presenta, rastreando y dejándome llevar siempre que quiera por la memoria del contacto que proporciona el patrimonio cultural y humano.
Foto: Danuta-Assia Othman |
1 comentarios:
Patrimonio cultural y humano es el identidad familia
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