Durante el mes de noviembre bajo una luna llena, las aguas del antiguo Reino de Siam se llenan de elaboradas ofrendas (krathongs) decoradas con hojas de banano, flores, incienso, velas y monedas. Por su parte, miles de linternas ascienden al firmamento dibujando una estampa mágica de altura que deslumbra e invita al asombro de quienes tienen la oportunidad de participar en esta espectacular puesta en escena. Se trata del 'Loi Krathong', más conocido como el Festival de la Luz, una de las festividades más importantes y emotivas de Tailandia.
Bailes, fuegos artificiales, desfiles, música en directo y puestos callejeros donde deleitarse con un buen bocado thai acompañan a esta ceremonia budista que tiene lugar a lo largo de todo el país. Ciudades como Chiang Mai, Tak, Sukkothai o Ayuttaya hacen las delicias de un ritual que cada año gana adeptos. Y es que Tailandia acopla en sus festivales una velada de corte espiritual y visual a partes iguales llamando la atención de agnósticos y foráneos.
Los matices marcan la tónica de unas celebraciones que varían en cada localidad. Así que puestos a buscar las diferencias, escojo un lugar distinto donde las emociones quedan pronunciadas por una frontera que divide realidades. Desde el retórico ‘Puente de la Amistad’ en Mae Sot y con la vista puesta en la otra orilla birmana, soy testigo de un singular acto que va más allá de la ofrenda o ‘krathong’. Y es que unos minutos en una destartalada lancha motora bastan para poner pie en un mundo que desconoce la palabra ‘democracia’.
La fiesta comienza con el ocaso para dar paso a un cuadro cuyos personajes, para sorpresa de muchos, representan al pueblo birmano y no al tailandés. En una especie de vacío fronterizo, miles de birmanos cruzan ‘legalmente’ el río que les separa del país vecino. Unas horas, una noche en la que se convierten en los protagonistas de este festival no exento de rufianes y buscavidas que aprovechan la ocasión para llenarse los bolsillos. En un desfile en el que apenas cabe un alfiler, centenares de birmanos se agolpan en una angosta pasarela alcanzando una cifra que supera las 100.000 personas. Los viajes entre un lado del muelle y otro parecen no tener fin. Entre tanto, niños de todas las edades arriesgan su vida lanzándose al agua para recoger el dinero depositado en las ofrendas. Un hecho que no sorprende si tenemos en cuenta la precaria situación en la que viven.
Foto: Danuta-Assia Othman
Foto: Danuta-Assia Othman
La noche avanza al son de desfiles tradicionales que miran fijamente al objetivo de quienes se apresuran a captar una instantánea. Todo es válido en una celebración donde parece tener cabida la esperanza de un futuro mejor lejos de las atrocidades de un gobierno militar. La multitud llega hasta al caos complicando cualquier intento por avanzar o dar un paso. Una situación idónea para detenerse en alguno de los muchos chiringuitos que ocupan las aceras de una carretera que discurre inacabable. Los hay para todos los gustos y apetitos en una galería cuyos aromas nos trasladan a la gastronomía birmana: desde sabrosos pasteles de plátano a las aromáticas sopas condimentadas con jengibre, coco o curry, pasando por un exótico salteado de saltamontes a modo de aperitivo.
Se acerca el final de una noche acariciada por la ilusión de miles de birmanos que, por un momento, gritan en silencio a través de las linternas que lanzan en un cielo cargado de anhelo y libertad.
Foto: Danuta-Assia Othman
2 comentarios:
que envidia me da.las fotos son buenisimas,la de los dos niños,mucha fuerza,bellesa y creencia...ET..
muchas gracias! fue muy interesante compartir esa noche con el pueblo birmano...
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