28 may 2012

El encanto de Battambang

Un oasis de horas lentas para el reposo del viajero. Así es Battambang, una ciudad que en el estéril ranking turístico camboyano ocupa la cuarta posición (después de Siem Reap, Phnom Penh y Sihanoukville). Una apreciación generalizada que comparte todo aquel que decide pasar unos días a merced de sus aletargadas avenidas.

Con un puñado de atractivos que se concentran en los alrededores de la población y que abandera el manido tren de bambú, esta pequeña población a medio camino entre la capital y el epicentro de la nueva Camboya, Siem Reap, presume y compite con su vecina Pursat por tener las naranjas 'más jugosas'. En su interior, predominan sus bulevares de árboles umbrosos y un río de curso tranquilo, el Stung Sangker. Poco más necesita el viajero para empaparse de esa atmósfera amodorrada que circula y contagia entre sus polvorientas y arrinconadas calles.

Foto: Danuta-Assia Othman 

Foto: Danuta-Assia Othman 

Foto: Danuta-Assia Othman

Así transcurrieron los días que pasé en Battambang, empapados de la relajada cordialidad de un pueblo que convierte el tiempo invertido en una suerte de limbo de apariencia distraída. Pues, ya en la longitud del recuerdo, la evocación de lo que fue se pierde en los derroteros de una percepción confusa, adormilada. Tras un tiempo integrada entre su modesto y tímido encanto, las intenciones que impulsan al descubrimiento de seguir caminando se tornan holgazanas mientras disfrutan de la sugerente combinación arquitectónica de edificios coloniales y templos budistas. Un estado de conservación de estos últimos que sorprende a la entretenida vista mientras reflexiona acerca de cómo salieron ilesos al período de los jemeres rojos, gracias a un comandante que desatendió las órdenes de sus superiores.

Es posible que el viajero, ávido de genuinos contrastes, sienta un justificado desasosiego a modo de prólogo. Dejarse llevar supone la mejor receta para saborear así de la serenidad de un destino entumecido, de carácter reservado y aire silencioso. Pues es aquí, precisamente, donde el viaje encuentra insospechadas tonalidades que, muchas veces, parecen no estar hechas para el sorprendido occidental. Una observación más. Algo en su interior invita al recogimiento, al intimismo. Un lugar donde todo parece oculto y a la vez visible. 

Foto: Danuta-Assia Othman

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25 may 2012

¡Birmanízate!

El viaje no comienza cuando uno quiere. El viaje empieza cuando a uno le invade la sensación de que ya no es de este mundo, sino de aquél al que se dirige. Una impresión que ahonda en las puertas de la percepción y que conlleva al inevitable arrastre y empuje. Una emoción que me acompañó durante todo el tiempo que compartí con la ONG Colabora Birmania en la localidad fronteriza tailandesa de Mae Sot.

Y es que Mae Sot es un lugar al que hay que ir con lupa. O con la siempre excelente receta de Stevenson: la virginidad de los sentidos. Pues estás llegando, lector, a una tierra azotada por las injusticias y el sufrimiento de los refugiados e inmigrantes birmanos, desplazados por el conflicto atroz de un país acorralado por una dictadura militar de larga dominación. Una inmoralidad, una sinrazón a la que el ejemplar equipo de Colabora Birmania (Javi, Mery, Carmen, Marc y Dani) trata de plantarle cara con un 'basta ya' a modo de indispensables proyectos solidarios que despiertan el aplauso, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la población birmana desplazada.

En esta visita preceptiva e inevitable de todo viajero que recale por Tailandia, el diligente y tenaz trabajo de estos viajeros de ímpetu solidario se muestra como una herramienta de transformación, un estado de conciencia donde la vida transcurre con otros parámetros. El camino más recomendable arranca por cualquiera de sus iniciativas que desde hace cuatro años, mantienen con la responsabilidad de quienes se comprometen y entregan a esta causa en cuanto la luz derrota a la oscuridad. Esfuerzos y recursos barnizados por la ilusión y la determinación que dan abrigo a la infraestructura, la educación y la sanidad que a través de diversos centros y escuelas pivotan su absoluta y loable dedicación.

Foto: Colabora Birmania

Pasando por todos los puntos palpitantes el viajero que acude a conocer encomiable tarea percibirá la Mae Sot que no se ve, que parece oculta tras un decorado que no llegas a alcanzar y que cuando lo atraviesas se muestra tan enriquecedor que no lo quieres dejar atrás. Pues la ilusión matizada por los conocimientos y la experiencia con la que Colabora Birmania apunta su solidaria misión resulta necesariamente contagiosa. Un entusiasmo que con grandes dosis de imaginación, comporta la ideación e implementación de ingeniosas iniciativas como la reciente creación de una aplicación diseñada por los niños birmanos para recaudar fondos para su causa.

En esta suerte de agencia de viajes portátil en la que se ha convertido el mundo de las aplicaciones móviles enfocadas al viaje, multiplicando las posibilidades, servicios y formas de interacción, aparece esta original propuesta apadrinada por la tecnología. Un servicio con el que podrás hacer un seguimiento de la labor de la ONG, además de poder colaborar de manera directa en el proyecto que tú elijas. 'Ellos lo imaginaron. Ahora te toca a ti hacerlo realidad', un lema aleccionador que abandera sus intenciones y que mueve a la admiración de quienes, como una servidora, tuvimos la oportunidad de conocerles. ¡Birmanízate!


  


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21 may 2012

El embrujo de Phnom Penh

Estación inicial, inevitable punto de partida, kilómetro cero. Ciudad de extremos, de pobreza y de excesos, con encantos y desencantos acordonados por la seducción de un caos singular. Un shock para los sentidos, una falta de guión, de hoja de ruta. Un rumbo cuyo eje se va desplazando al mismo tiempo que nosotros.  

De trazado fácil de recorrer y difícil de digerir, Phnom Penh (léase 'Nom Pen') se presenta al viajero con los sinsabores de un encuentro marcado por los sonidos de una vida diaria que avanza al compás del comercio y la mera supervivencia. Situada a orillas del Mekong, la capital del que fuera el Imperio jemer es una hormigueante metrópolis de cuantas existen en el mundo. Barnizada por un comienzo de leyenda, la historia cuenta que fue fundada cuando una anciana llamada Penh encontró cuatro imágenes de Buda a orillas del río Mekong. Al parecer, la mujer las ubicó en una cercana colina, y la urbe que creció alrededor pasó a ser conocida como Phnom Penh, la colina de Penh.

Mercado Psar Thmei. Foto: Danuta-Assia Othman 

Foto: Danuta-Assia Othman

Al arrimo, y en sus calles, se mezclan los olores acres que desprenden sus mercados, mientras un enjambre de motocicletas se impacienta a golpe de bocinazo ante el desacierto del peatón desacostumbrado. Y es que el occidental que llega de nuevas siente tal bofetón que tarda su tiempo en recuperarse, y cuando lo hace sufre el segundo bofetón, el de la dependencia. Pues contonea la ventaja y el aliciente de ostentar una atmósfera que exhala el hechizo de la antigua Asia. Esta ciudad que ya desde el siglo XVI atrae a una gran cantidad de comerciantes chinos e indonesios, atrapa las voluntades del viajero hasta dejarlo en ese estado insólito en el que, claramente, se disocian el tiempo y el espacio.

Decía el narrador y poeta estadounidense Faulknen que un paisaje sólo se conquista con la suela de los zapatos. Con un sistema de cuadrícula implantado por los franceses, la ciudad resulta de lo más amigable a la orientación del visitante, auxiliada además por unas dimensiones que permiten empaparse de sus muchos rincones en un puñado de días y noches. Lugares de interés aparte (tarea que dejo a las nada livianas guías), la recomendación que le hago al viajero que se enfrenta por vez primera a este rincón de la Kampuchea Democrática, es la de extraviarse de los itinerarios pisoteados y abandonarse al despiste de no llevar mapa. Un ejercicio sugestivo a las puertas de la percepción que nos ayuda a redefinir nuestras geografías particulares.

Si has llegado hasta aquí lector, deberás saber que esta síntesis de palabras que desnudan a la experiencia no son más que el disfraz de verdades más profundas. Aquellas que se adivinan y se estrechan en la complicidad del viaje realizado. Un último consejo, muévete, siéntate, vuelve a caminar, mira y continúa viendo. Que lo disfrutes.


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18 may 2012

Viajes al pasado

Historias que abren nuevos horizontes. Memorables aventuras de la historia con las que adentrarse en la génesis del relato de viajes que, desde tiempos pretéritos, no ha dejado de evolucionar.

Una suerte de oasis detenido en el tiempo, aquel que se ocupa de preservar una herencia repleta de narraciones misteriosas, tan presentes entre quienes pueblan los mundos naturales antiguos. Y es que en la lectura de sus páginas todo suena a viaje, a descubrimiento y a contemplación. Elementos que rotulan el paisaje que, con gran capacidad evocadora, nos muestran estos obstinados viajeros del pasado. Unas firmas que suelen pasearse con pausa y tino por el imaginario del viajero nostálgico. Pues, recordemos, en cada viaje siempre hay una historia que perseguir y explorar.

Refugiados en el recuerdo de los días pasados, nos sumergimos en ensoñaciones de viajero nostálgico, en literaturas aventureras. Apartados de la urgencia del mundo, la inquietud crece entre nosotros y afinamos nuestros sentidos. Son experiencias enmarcadas en el devenir del tiempo donde la imaginación aparece imprescindible para desenvolverse por estos territorios, en los que, a menudo, tan solo una delgadísima línea separa la leyenda y el mito. En este viaje de rodaje e investigación asistimos al ánimo y al espíritu emprendedor de las grandes gestas, a los momentos primigenios de la narración del viaje. Unos textos que presentan mucho carácter y mucha historia. Pues resulta complicado comprender un lugar sin entender nada de su antes, de su esencia.

Y es que es harto recomendable echar mano de estos ejemplares capaces de trasladarnos hasta lugares colgados en el tiempo. Es historia viva, adquiere un valor superior, te rodea y te envuelve. Basta con alargar el brazo entre la estantería de cualquier viajeteca para aprender del saber mostrado por otras culturas, además de resultar una importante fuente documental para el estudio de la época. Aparece entonces el viaje como una singular ciencia más que una mera actividad de ocio. 

En este ejercicio retrospectivo del deleite viajero, me dejo llevar por el Surinam de finales del siglo XVII junto a Maria Sibylla, para después dar un salto hasta mundos victorianos con lady Mary Montagu, quien fue la primera occidental en acceder al interior de los harenes otomanos. Un espectáculo en sesión continua en el que cada capítulo requiere una parada. Propuestas literarias que narran grandes viajes con los que revivir inusitadas experiencias.
Foto: Google
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14 may 2012

'BuscoUnViaje'

Imaginen el destino soñado, aquel que abandona el tedio de lo cotidiano e invita al vuelo de lo imaginado. Dicen las voces acreditadas que los viajes están hechos de la misma materia que los sueños. Dicen algunos, como Carl Sagan, que 'en algún sitio algo increíble espera ser descubierto'. Dicen. Palabras arrojadizas que estimulan el impulso por continuar. Pues como apunta la atinada cita de Mario Benedetti: 'No vayas a creer lo que cuentan del mundo ya te dije que el mundo es incontable'.

Y en esta suerte de sima, de subcapa interna que ahonda en la corteza del viaje, me encuentro rodeada de destinos por cumplir, una colección de lugares con los que desentrañar la alteridad. Ese concepto filosófico del mágico verbo viajar que nos ofrece la capacidad de ser otro para descubrir, al fin, que tal vez no exista semejante diferencia. Unos y otros convertidos en sinónimos al abrigo del siempre necesario y enriquecedor viaje. Para romper así con el paraguas de la quimera, aquel que barre al sueño de la ilusión, de la fantasía.

Abstraída en dicho decorado aparece en escena un buscador de viajes capaz de extender el horizonte de lo ideado: BuscoUnViaje.com. Con una suculenta propuesta de generoso sorteo me postulo con estas palabras. ¿El (espectacular) premio? Disfrutar del viaje que yo elija entre los más de 800 viajes a más de 500 destinos que se pueden reservar a través de este portal web. Un buscador que sale al encuentro del viajero en busca de inspiración. 

Una musa con la que apunto al destino escogido si ganara el sorteo: Etiopía siguiendo la estela de los últimos aventureros, desde la depresión del Danakil a los montes Simien. Una decisión de difícil elección que compite con otros rumbos como recorrer a caballo junto a los nómadas de las estepas de Mongolia o navegar por tierras polares y recorrer Groenlandia en kayak, rodeada de un espectacular escenario de icebergs y frentes glaciares. Un juego del azar que además ofrece un premio a los lectores pues BuscoUnViaje.com sortea un vale de 250€ entre todas aquellas personas que dejen un comentario.

La suerte, dicen, está echada.





 
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11 may 2012

El viaje de Jane Goodall

Es una tarde de notas intensas, de esas que impregnan la esencia de una atmósfera que evoca la valentía, la tenacidad y el espíritu aventurero de su protagonista, la primatóloga Jane Goodall. Digna heredera de sus antepasadas las exploradoras del siglo XIX, esta mujer de calidad humana impresionable sorprende por la vivacidad de una mirada que despierta la expectación de todo aquel que la rodea. De silueta grácil y rostro inmutable a la ilusión y a la determinación de quienes se aferran a los sueños hasta conseguirlos, Jane desprende una energía capaz de conmover y algo más con unas palabras cuidadosamente escogidas y tremendamente inspiradoras.

En un intento por aprehender un discurso de una sensibilidad que casi puede asirse, tomo notas no sin torpeza ante la emoción y el entusiasmo que comporta conocer a una persona de semejante naturaleza y excelencia. Con un público enmudecido y apasionado ante su presencia, las texturas emocionales se van apoderando poco a poco de la sala de actos del edificio del Rectorado de la Universidad Autónoma de Barcelona, hasta respirar unas bocanadas que enriquecen el ánimo de los allí presentes. No en vano, nos encontramos ante una vida entregada a preservar la naturaleza, la vida de una mujer que cambió la forma de pensar sobre nuestros parientes más próximos, los chimpancés. Una vida comprometida que le llevaría a vivir durante décadas en su continente soñado, África.

Foto: Danuta-Assia Othman

Y a propósito de sueños y quimeras recupero entonces una atinada cita del periodista y novelista francés León Daudet: 'Solo es capaz de realizar los sueños el que, cuando llega la hora, sabe estar despierto'. Esto mismo debió sucederle a Jane cuando en 1957 llegaba a Kenia. Un lugar donde conocería al paleontólogo Louis Leakey, quien precisamente buscaba un asistente para realizar un estudio de campo con los chimpancés de Gombe, a orillas del lago Tanganika. El camino, sin embargo, no ha sido fácil. Amenazada por las enfermedades, los temidos cazadores furtivos y la propia soledad, esta primatóloga, naturalista y activista no ha cejado, empero, en su empeño. Una persona excepcional a la que han llegado a comparar con Mahatma Gandhi.

Con una energía que supera exponencialmente a su edad, Jane nos transmite un mensaje de optimismo que titula 'Razones para la esperanza'. Una profunda reflexión de comprensión clara y sencilla que invoca al poder que tenemos cada uno para transformar aquellas cosas que nos preocupan. Palabras que extienden el discurso que, desde 1977 con la creación del Instituto Jane Goodall, promueve el rol activo de las comunidades en la conservación de su medio ambiente. Y es que, África, le cambiaría la vida para siempre. Una activa labor sin ánimo de lucro que sigue desempeñando en el nombre de la biodiversidad.

La complicidad del ocaso acompaña el final de este especial encuentro no sin antes lanzar un dardo a la diana del llamado turismo responsable, al que reclama la obligación de mejorar las vidas de la gente local, dejando que sean ellos quienes construyan el orgullo de sus recursos naturales.  La crónica de este memorable acto llega a su fin dejando paso al reposo merecido de los grandes acontecimientos, desde donde digerir el profundo y enriquecedor impacto que me causó conocerla.
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7 may 2012

Encuentro de caminos

Sucedió sin más. Una sacudida de espontaneidad en el modo de proceder del viaje dio lugar a un encuentro singular. Un hallazgo fruto del azar que a menudo azota al viajero y le brinda la oportunidad de conocer y compartir el camino junto a otros de su misma especie. Y es que, por fortuna, el cruce del viajero está repleto de tropiezos con memorables vagamundos. 

Son muchos los rostros con los que coincidí en mi rodeo por Laos. Rostros, algunos, que se confunden en el recuerdo y la percepción. Otros, sin embargo, protagonizan las texturas emocionales de unos días acampando entre los arrozales y las montañas que los abrigan en el hechizante Laos septentrional. Rodeados de esa belleza que hace trabajar la imaginación y la reflexión, compartimos un tiempo teñido por un entendimiento mutuo, unos componentes vitales del viaje donde tiene cabida la pasión, la intuición, la curiosidad y la búsqueda. Propiedades casi más necesarias que el pasaporte para viajar, donde las procedencias de diversas coordenadas geográficas no hacían más que enriquecer el viaje compartido. 

Foto: Danuta-Assia Othman 

Foto: Danuta-Assia Othman

Nos levantamos con las primeras luces del día dispuestos a ceder la comodidad de una habitación a la inquietud de lo desconocido. Dispuestos, así mismo, a desaprender lo imaginado. Con el rumbo orientado hacia un interior nutrido de tradiciones, memoria de una población que aguarda heredera la identidad de todo aquello que representan, dirigimos nuestros pasos en un recorrido que nos ocuparía gran parte del día. En fila india y sin salirse del camino ya transitado, reflexionamos acerca de las fatales consecuencias de las minas antipersona que sufre el país probablemente más bombardeado de la historia. No sólo por las enormes cantidades de muertos y amputados en accidentes con estas armas, sino también por las dificultades que enfrentan quienes quieren recuperar sus tierras para trabajarlas.

El semblante algo laberíntico de los siempre presentes campos de tono pajizo estrechaban  en más de una ocasión el terreno y nos obligaban a mantener el equilibrio en un intento de dar esquinazo al inevitable traspiés. Un roce sincopado que nos dejaría repletos de rasguños y algún sobresalto que otro con esos cuerpos cilíndricos, escamosos y alargados que, por carecer de extremidades, se mueven arrastrándose. La orientación por su parte de una superficie enrevesada, lejos de impacientarnos, nos proporcionó el acceso a un paisanaje que nos condujo al embeleso sin necesidad de recurrir a lo esperado de unas rutas a precio de souvenir.

Foto: Danuta-Assia Othman 

Foto: Danuta-Assia Othman

Pero lo mejor estaba por llegar. A unos instantes del juego de entre luces que protagoniza el ocaso, decidimos darle forma a la tienda de campaña que nos daría cobijo aquella noche, en una atmósfera acompañada por las notas intensas de un día mecido por la confluencia en la igualdad de formas, intereses y opiniones, y sazonada por ese sereno silencio, única elocuencia perfecta que facilita el reposo de la aventura a nuestra condición libre y sin techo.  El incógnito de esta improvisada posada es uno de sus grandes privilegios. Un romántico estado de incertidumbre donde perdemos gustosos nuestra identidad personal en los elementos de la naturaleza y nos convertimos en el fruto del momento.

Miro a mi derredor los panoramas exteriores que rivalizan hasta la victoria con cualquier otro hospedaje y recupero, entonces. la acertada cita del escritor inglés Laurence Sterne: 'Dadme un compañero de viaje, aunque sólo sea para observar cómo las sombras se alargan cuando el sol declina'.

 
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3 may 2012

Caminos a contratiempo, segunda entrega

Los intentos frustrados pronto dieron paso a las maneras del silencio. Sin saber qué hacer, permanecí sujeta a la inmovilidad, única certeza que, al menos, me concedería una prórroga. Una suspensión temporal de lo inevitable. El bochorno de un sol en vertical aumentaba la dificultad, una dura prueba que no hacía más que alimentar mi preocupación.

Y, de nuevo, sentí como el suelo cedía ante mis pies. Con las piernas inmovilizadas, pensé en este curioso fenómeno natural al que el estereotipo actual ha dotado de mitos. Recordé aquellos libros de aventuras de escenarios en parajes pantanosos, donde el protagonista pisa un terreno en apariencia firme y comienza a hundirse rápidamente, engullido y devorado por las fauces de una tierra movediza. Una imagen de la maleta de mi memoria que poco o nada mejoraba mi ánimo. Confundida e irritada por la torpeza de lo ocurrido, comencé a maldecir el momento, minutos antes, en el que había decidido moderar el calor con un chapuzón.

A la altura de mi nariz aparecía el retrato que tantas veces me habían comentado al referirse a la belleza de estos lares. El sentido corporal con el que se perciben los objetos y sus colores adivinaba la grandeza de todo cuanto me rodeaba: formidables montículos de una elevación que exigía el movimiento ascendente de los músculos del cuello, mientras hacía un soberbio repaso a una tonalidad de frondoso verdegueante. Un plano resquebrajado por una extensa grieta, arteria conductora de unas aguas que reposan en sosegada calma. Esas mismas que, bajo los efectos de su magnetismo, habían detenido el curso de mi camino.

Foto: Danuta-Assia Othman

Con un horizonte ya cansado de esperar, retomé el asunto de etiqueta memorable en el que me encontraba. La tentativa de volver a moverme desaparecía al sentir cómo el barro sedimentado ganaba terreno y se acercaba así a la altura de mis caderas. Y, cuando la impotencia parecía ganarle el pulso a la esperanza, me desprendí del abrigo de la tensión del suspense al ver, a unos quince metros, a cuatro niños de no más de diez años que corrían de un lado a otro mientras se rebozaban con cierto alborozo por pura diversión. Vociferé (aliviada) tanto como pude, acompañándolo de los gestos necesarios que llamaran la socorrida atención. Con cautela, pues la sacudida de mi agitado cuerpo podía costarme algún centímetro más.

Bastaron pocos minutos para que acudieran en mi ayuda. Sin ningún adulto a la vista, empecé a dudar del auxilio que me podían proporcionar unos niños a los que les doblaba el peso y casi triplicaba la edad. Con un laosiano de dudosa pronunciación y ayudada, sobre todo, por la expresividad de mis gestos, logramos (o eso creí) entendernos al comprobar inmediatamente como éstos, colocados en cadena, tiraban con fuerza de mis manos. Tras un par de esforzados intentos conseguí salir de aquellas arenas movedizas que me habían atrapado por el descuido de la ignorancia durante un dilatado y espeso tiempo. Con un agradecimiento al servicio de la llamada del juego, aquellas criaturas de atrevida valentía continuaron chapoteando volviendo así a su estado natural infantil.

Foto: Danuta-Assia Othman

                      Foto: Danuta-Assia Othman

Algo incrédula de lo sucedido, me zambullí (ahora sí) en las aguas del río Nam U mientras me desprendría de la sustancia viscosa que me había embarrado tres cuartas partes de mi cuerpo. La generosidad de aquellas gentes de corta edad no había hecho más que ampliar la nobleza que irradiaba la atmósfera de aquel fascinante lugar. Un lugar portador de esa armonía, esa tranquilidad y esa belleza del paraje que otros, para dicha del viajero, tuvieron la oportunidad de disfrutar y, más que eso, respetar.
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