Decía Oscar Wilde que 'no hay una segunda oportunidad para una primera impresión'. Tal vez por ello, el desaborido color de mi encuentro con la otrora Saigón marcó la tónica de la atmósfera durante las algo más de dos semanas que pasé en este importante centro comercial vietnamita.
Ya me habían advertido de los comienzos en esta nación de 'optimistas inquebrantables', defensores de su independencia y su soberanía, con la particularidad de la sombra del 'Tío Ho'. Y es que el orden de los factores determina, en buena medida, el resultado de nuestra experiencia en función de si empezamos desde el norte y descendemos paulatinamente, o si, por el contrario, inauguramos nuestra aventura vietnamita por el sur. Pues, en el sofisticado reino de Funan, la naturaleza se exhibe generosa en la región septentrional del país, con un césped montañoso protagonizado por radiantes arrozales, y coronados por nubes opalescentes.
El litoral tampoco se queda atrás. Este monstruo geográfico, en el sentido positivo de que está fuera de toda regla, sorprenderá al viajero que decida recorrer semejante escenario condicionado por un clima impredecible. En esta alargada e inmensa 'S' que dibuja el territorio, la orografía muestra una diversidad topográfica bañada al este por el Bien Dong, o mar de la China Meridional. Situados en la antesala de las altas mesetas de las montañas de Truong Son, en el centro de Vietnam, descendemos considerablemente hasta el delta del Mekong, el 'Cuenco de arroz' del país no sin antes toparnos con la consumista Ho Chi Minh.
Construida sobre una antigua ciudad jemer, poco queda de aquella región escasamente poblada, cubierta de bosques, pantanos y lagos que imperó hasta el siglo XVII. La modernización, si bien, llegó con la colonización. Un proceso que no ha dejado de evolucionar rápidamente, hasta convertirla en una dinámica metrópoli en continuo movimiento sacudido por un desorden que raya en el caos. Todo tipo de negocios inundan las calles en frenéticas avenidas, donde cruzar y sortear el aluvión de motocicletas se convierte en una tarea difícil de afrontar. Con un gesto y voluntad 'kamikaze', me entrego a la desbordada energía de unos conductores que, con gran destreza, sortean los cuerpos de los temidos peatones.
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Pagodas, templos e iglesias aparte, la ciudad del sur pasa desapercibida ante la mirada de una urbe que se afana por exprimir su potencial económico, elevando unos cánticos que entonan melodías al consumismo. El posible aplauso o interés que suscitan sus nodos (lugares de interés) como el palacio de la Reunificación, la catedral de Notre-Dame, el Ayuntamiento o sus mercados, como el populoso Cho Ben Thanh (abierto desde 1914), enmudece ante unas dimensiones complejas de abordar.
Y es que, tal vez, conviene silenciar los murmullos de la expectación. Aquellos mismos que anticipan la percepción del decorado ignorado y entorpecen el encuentro. Sólo así lograremos insuflarnos de la vitalidad que desprende este gran organismo vivo.